En este último tema, impartido por la profesora Cristina Rodríguez en poco
más de una sesión, entramos en contacto con uno de los aspectos más importantes
del proceso de enseñanza-aprendizaje: la evaluación. Además, tratamos la
importancia que dentro de la misma tiene el uso de las rúbricas, el cual no
está exento de cierta polémica en el ámbito docente, al existir todavía cierta
confusión con respecto a qué constituye realmente una rúbrica y qué no.
Comenzamos el tema durante la sesión del día 15 de enero, hablando sobre
una herramienta de gran eficacia y valor, tanto para el alumnado como para el
profesorado: la rúbrica.
Este instrumento descriptivo de evaluación, sobre todo formativa, está basado
en descriptores que ayudan a monitorizar tanto el proceso y como el producto realizado.
Lejos de ofrecer una calificación numérica, tiene como finalidad ofrecer
información sobre posibles dificultades con las que se pueden encontrar los
discentes durante la elaboración de actividades o tareas. Su existencia en
nuestro sistema educativo es relativamente reciente, y su uso se ha visto
impulsado especialmente desde que la vigente ley de educación (LOMCE) incorporó
los criterios y estándares como parte clave de la evaluación de las
competencias que el alumnado debe alcanzar. Las rúbricas deben contar con un
diseño apropiado que permita determinar de manera fiable y efectiva el nivel de
calidad del proceso o producto, y ser del tipo que más convenga según el nivel
de desarrollo que el docente quiere evaluar. Así, por ejemplo, si lo que se
pretende es llevar a cabo un análisis en conjunto de una tarea, será mejor
optar por una rúbrica holística que valore la calidad global. Sin embargo, si buscamos
un análisis pormenorizado en base a los indicadores establecidos y criterios
observables, se hará uso de una rúbrica analítica, ya que esta ofrece un mayor
nivel de retroalimentación tanto al alumnado como al profesorado. Es
precisamente la definición de dichos criterios lo que constituye uno de los
pasos básicos a la hora de diseñar una rúbrica, puesto que si estos no son
adecuados, claros, observables, distinguibles, completos o no se pueden
describir en un continuo, no lograrán que la rúbrica sea útil y eficiente,
provocando confusión en lugar de facilitar que el alumnado comprenda qué es lo
que se espera de él. Otro paso clave en el uso de las rúbricas, es que estas
deben ser facilitadas al estudiantado antes de dar comienzo al proyecto o tarea,
asegurándonos así de que no existen aspectos relacionados con ellas que
presenten dudas. Precisamente con el fin de evitar este tipo de situaciones, es
recomendable que el grupo aula participe en su elaboración, lo cual ayuda a
establecer una atmósfera de cooperación y de cohesión de la que el grupo se
puede beneficiar dentro de una metodología de enseñanza-aprendizaje activa y
comunicativa.
Finalizamos el día 4 de febrero con el desarrollo de este tema, explorando
el ámbito de la evaluación que, como ya he mencionado, tiene un gran peso
dentro de nuestro sistema educativo. Aunque esta temática ya había sido parte
de otra asignatura a principios de este máster, en esta sesión tuvimos la oportunidad
de revisitarla con la nueva perspectiva que nos ofrece los conocimientos
adquiridos en estos meses. Empezamos considerando la definición de evaluación y estableciendo la
diferencia entre esta y la calificación, ya que hoy en día existe cierta tendencia
a confundir ambos términos, no únicamente por la población en general, sino
también por la comunidad educativa. A continuación, nos detuvimos en sus
categorías: inicial, formativa y final, en la cual pudimos apreciar cómo cada
una ellas se complementan y atienden a distintas necesidades del proceso de
enseñanza-aprendizaje. La evaluación inicial o diagnóstica, realizada al
comienzo del curso, debe ofrecer varias muestras de la comprensión y producción
oral y escrita para que el docente pueda obtener una idea global del nivel de
su alumnado. Cuantas más muestras sean utilizadas en esta evaluación, más fácil
será poder concretar los objetivos que se quieren plantear. La evaluación
formativa o continua es la que más ayuda puede ofrecer al profesorado, por su
duración y su temporalización, a la hora de llevar a cabo correcciones en la
metodología utilizada. Se aleja del concepto de evaluación del aprendizaje, la
cual se enfoca hacia los resultados obtenidos, para centrarse en la evaluación para el aprendizaje,
y así fomentar un aprendizaje basado en la retroalimentación que obtienen
profesorado y alumnado durante la realización de tareas y actividades. Este
tipo de evaluación es crucial para detectar problemas con una prontitud que
permita corregir el planteamiento inicial y subsanar errores de manera ágil y
eficaz, sin esperar a obtener malos resultados al final de cada etapa del curso
escolar. El tercer tipo de evaluación,
la final o sumativa, es sin duda la más conocida y tradicional, ya que siempre ha
formado parte del sistema educativo español. Se caracteriza por ofrecer una
calificación, generalmente numérica, al final de cada curso, trimestre o
unidad. En este momento nos detuvimos en un factor clave dentro de la
evaluación: la retroalimentación o feedback, que ya he mencionado
en relación a la formativa, pero que podemos obtener también en la inicial y
final. Este término, hoy en día utilizado en casi todos los ámbitos
profesionales, se refiere a la información que podemos obtener gracias a los
distintos tipos de evaluación, y que podemos compartir con el alumnado de
diferentes formas. Esta herramienta ayuda a todos las partes a comprender mejor
el resultado obtenido y a actuar para acercarnos al objetivo propuesto. Para
ello es necesario hacer uso de distintos instrumentos que faciliten esta
comunicación, como son los comentarios por escrito, los descriptores de
competencia, los informes de progreso, etc. Aun así, y a pesar de las buenas
intenciones que nos impulsan a utilizar uno u otro instrumento, hay que considerar
las ventajas y desventajas que cada uno de ellos nos ofrece, y de este modo
poner en práctica el más apropiado teniendo en cuenta al individuo y a la
situación, ya que el feedback puede
tener resultados negativos o nulos si se realiza de forma inadecuada o en el
momento equivocado. Seguidamente, revisamos diversas estrategias para
implementar la evaluación formativa en el aula, cuya elección dependerá de lo
que queramos obtener de ella, por ejemplo, responsabilizar al alumno de su
aprendizaje, mostrar evidencias de que dicho aprendizaje está teniendo lugar o
potenciar el progreso. Por último, realizamos una recapitulación de los tipos
de evaluación, atendiendo esta vez a quién la realiza, centrándonos en la autoevaluación
y la coevaluación, y cómo, para que ambas sean provechosas, necesitamos sopesar
sus posibles beneficios y perjuicios.
Durante la exposición de esta parte teórica, la docente propuso diversas
actividades colaborativas que valieron para revisar de manera práctica todos
estos conceptos, y que también nos ayudaron a reconsiderar la importancia y el
impacto que una buena planificación e implementación de la evaluación pueden
tener en la consecución de los objetivos deseados. Personalmente, la
construcción de rúbricas me pareció una actividad muy importante, y no
precisamente sencilla, ya que la elección de criterios que son necesarios
incluir no siempre es obvia y fácil de realizar.
En conclusión, me gustaría resaltar la gran relevancia del contenido de este
tema, ya que pone de manifiesto que para lograr una buena gestión de las
capacidades grupales e individuales del alumnado es imprescindible evitar
metodologías anticuadas y obsoletas, que califican sin evaluar y que ignoran el
valor de un enfoque comunicativo entre profesorado y el grupo aula. Como buenos
docentes deberíamos aspirar a proponer el logro de unos objetivos claros y
realistas, y transmitir que el fin del proceso de enseñanza-aprendizaje no es
calificar numéricamente sus esfuerzos, sino ayudarles a mejorar y a alcanzar dichos
propósitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario