martes, 11 de febrero de 2020

Didáctica_Tema 4

En este último tema, impartido por la profesora Cristina Rodríguez en poco más de una sesión, entramos en contacto con uno de los aspectos más importantes del proceso de enseñanza-aprendizaje: la evaluación. Además, tratamos la importancia que dentro de la misma tiene el uso de las rúbricas, el cual no está exento de cierta polémica en el ámbito docente, al existir todavía cierta confusión con respecto a qué constituye realmente una rúbrica y qué no.

Comenzamos el tema durante la sesión del día 15 de enero, hablando sobre una herramienta de gran eficacia y valor, tanto para el alumnado como para el profesorado: la rúbrica. Este instrumento descriptivo de evaluación, sobre todo formativa, está basado en descriptores que ayudan a monitorizar tanto el proceso y como el producto realizado. Lejos de ofrecer una calificación numérica, tiene como finalidad ofrecer información sobre posibles dificultades con las que se pueden encontrar los discentes durante la elaboración de actividades o tareas. Su existencia en nuestro sistema educativo es relativamente reciente, y su uso se ha visto impulsado especialmente desde que la vigente ley de educación (LOMCE) incorporó los criterios y estándares como parte clave de la evaluación de las competencias que el alumnado debe alcanzar. Las rúbricas deben contar con un diseño apropiado que permita determinar de manera fiable y efectiva el nivel de calidad del proceso o producto, y ser del tipo que más convenga según el nivel de desarrollo que el docente quiere evaluar. Así, por ejemplo, si lo que se pretende es llevar a cabo un análisis en conjunto de una tarea, será mejor optar por una rúbrica holística que valore la calidad global. Sin embargo, si buscamos un análisis pormenorizado en base a los indicadores establecidos y criterios observables, se hará uso de una rúbrica analítica, ya que esta ofrece un mayor nivel de retroalimentación tanto al alumnado como al profesorado. Es precisamente la definición de dichos criterios lo que constituye uno de los pasos básicos a la hora de diseñar una rúbrica, puesto que si estos no son adecuados, claros, observables, distinguibles, completos o no se pueden describir en un continuo, no lograrán que la rúbrica sea útil y eficiente, provocando confusión en lugar de facilitar que el alumnado comprenda qué es lo que se espera de él. Otro paso clave en el uso de las rúbricas, es que estas deben ser facilitadas al estudiantado antes de dar comienzo al proyecto o tarea, asegurándonos así de que no existen aspectos relacionados con ellas que presenten dudas. Precisamente con el fin de evitar este tipo de situaciones, es recomendable que el grupo aula participe en su elaboración, lo cual ayuda a establecer una atmósfera de cooperación y de cohesión de la que el grupo se puede beneficiar dentro de una metodología de enseñanza-aprendizaje activa y comunicativa.

Finalizamos el día 4 de febrero con el desarrollo de este tema, explorando el ámbito de la evaluación que, como ya he mencionado, tiene un gran peso dentro de nuestro sistema educativo. Aunque esta temática ya había sido parte de otra asignatura a principios de este máster, en esta sesión tuvimos la oportunidad de revisitarla con la nueva perspectiva que nos ofrece los conocimientos adquiridos en estos meses. Empezamos considerando la definición de evaluación y estableciendo la diferencia entre esta y la calificación, ya que hoy en día existe cierta tendencia a confundir ambos términos, no únicamente por la población en general, sino también por la comunidad educativa. A continuación, nos detuvimos en sus categorías: inicial, formativa y final, en la cual pudimos apreciar cómo cada una ellas se complementan y atienden a distintas necesidades del proceso de enseñanza-aprendizaje. La evaluación inicial o diagnóstica, realizada al comienzo del curso, debe ofrecer varias muestras de la comprensión y producción oral y escrita para que el docente pueda obtener una idea global del nivel de su alumnado. Cuantas más muestras sean utilizadas en esta evaluación, más fácil será poder concretar los objetivos que se quieren plantear. La evaluación formativa o continua es la que más ayuda puede ofrecer al profesorado, por su duración y su temporalización, a la hora de llevar a cabo correcciones en la metodología utilizada. Se aleja del concepto de evaluación del aprendizaje, la cual se enfoca hacia los resultados obtenidos, para centrarse en la evaluación para el aprendizaje, y así fomentar un aprendizaje basado en la retroalimentación que obtienen profesorado y alumnado durante la realización de tareas y actividades. Este tipo de evaluación es crucial para detectar problemas con una prontitud que permita corregir el planteamiento inicial y subsanar errores de manera ágil y eficaz, sin esperar a obtener malos resultados al final de cada etapa del curso escolar. El tercer tipo de  evaluación, la final o sumativa, es sin duda la más conocida y tradicional, ya que siempre ha formado parte del sistema educativo español. Se caracteriza por ofrecer una calificación, generalmente numérica, al final de cada curso, trimestre o unidad. En este momento nos detuvimos en un factor clave dentro de la evaluación: la retroalimentación o feedback, que ya he mencionado en relación a la formativa, pero que podemos obtener también en la inicial y final. Este término, hoy en día utilizado en casi todos los ámbitos profesionales, se refiere a la información que podemos obtener gracias a los distintos tipos de evaluación, y que podemos compartir con el alumnado de diferentes formas. Esta herramienta ayuda a todos las partes a comprender mejor el resultado obtenido y a actuar para acercarnos al objetivo propuesto. Para ello es necesario hacer uso de distintos instrumentos que faciliten esta comunicación, como son los comentarios por escrito, los descriptores de competencia, los informes de progreso, etc. Aun así, y a pesar de las buenas intenciones que nos impulsan a utilizar uno u otro instrumento, hay que considerar las ventajas y desventajas que cada uno de ellos nos ofrece, y de este modo poner en práctica el más apropiado teniendo en cuenta al individuo y a la situación, ya que el feedback puede tener resultados negativos o nulos si se realiza de forma inadecuada o en el momento equivocado. Seguidamente, revisamos diversas estrategias para implementar la evaluación formativa en el aula, cuya elección dependerá de lo que queramos obtener de ella, por ejemplo, responsabilizar al alumno de su aprendizaje, mostrar evidencias de que dicho aprendizaje está teniendo lugar o potenciar el progreso. Por último, realizamos una recapitulación de los tipos de evaluación, atendiendo esta vez a quién la realiza, centrándonos en la autoevaluación y la coevaluación, y cómo, para que ambas sean provechosas, necesitamos sopesar sus posibles beneficios y perjuicios.


Durante la exposición de esta parte teórica, la docente propuso diversas actividades colaborativas que valieron para revisar de manera práctica todos estos conceptos, y que también nos ayudaron a reconsiderar la importancia y el impacto que una buena planificación e implementación de la evaluación pueden tener en la consecución de los objetivos deseados. Personalmente, la construcción de rúbricas me pareció una actividad muy importante, y no precisamente sencilla, ya que la elección de criterios que son necesarios incluir no siempre es obvia y fácil de realizar. 

En conclusión, me gustaría resaltar la gran relevancia del contenido de este tema, ya que pone de manifiesto que para lograr una buena gestión de las capacidades grupales e individuales del alumnado es imprescindible evitar metodologías anticuadas y obsoletas, que califican sin evaluar y que ignoran el valor de un enfoque comunicativo entre profesorado y el grupo aula. Como buenos docentes deberíamos aspirar a proponer el logro de unos objetivos claros y realistas, y transmitir que el fin del proceso de enseñanza-aprendizaje no es calificar numéricamente sus esfuerzos, sino ayudarles a mejorar y a alcanzar dichos propósitos.

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