miércoles, 11 de diciembre de 2019

Comentario Tema 2


El MCER, ESE GRAN DESCONOCIDO.


Comienzo este comentario encuadrado en el Tema 2 “El Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas. Objetivos, métodos y prioridades de la política lingüística europea” reconociendo mis escasos conocimientos hasta el momento en cuanto al concepto global del MCER, ya que hasta ahora tan solo tenía conciencia de los niveles lingüísticos que lo conforman y cómo estos sirven de referencia a la hora de estructurar y homologar de manera oficial el aprendizaje de lenguas. Tomando esto como punto de partida, a continuación  mi reflexión se centrará en la motivación y los objetivos que impulsaron el nacimiento de este proyecto de política lingüística, desarrollado por el Consejo de Europa y presentado en 2001 durante la celebración del Año Europeo de las Lenguas, así como de su utilidad y puesta en práctica en las aulas de educación secundaria.

¿Para qué se creó entonces el MCER? Como ya sabemos, la tendencia general en el mundo globalizado de hoy en día es querer alcanzar un nivel de plurilingüismo que contribuya a una mejor movilidad geográfica y laboral, esta aspiración coincide además con uno de los principios fundamentales descritos en la última ley educativa promulgada en España, la LOMCE. Con esta finalidad en mente y en lo que respecta a los motivos que impulsaron la puesta en marcha del MCER, podría decirse que el proyecto nació con un objetivo fundamental: lograr que en la Torre de Babel que es Europa, y a través de las distintas lenguas que se utilizan a lo largo su geografía, exista un entendimiento e unificación cultural y social entre sus habitantes. Para llevar a cabo esta idea, se solicitó la ayuda de distintos especialistas en lingüística aplicada, que durante años estudiaron y diseñaron las escalas en las que hoy se basan los distintos niveles de comprensión y expresión oral y escrita que podemos alcanzar en una determinada lengua. 

En su conjunto, lejos de ser un documento puramente burocrático, el MCER aspira a ser una guía que, a través de un enfoque centrado en la acción, pretende huir del dogmatismo y la imposición de sus puntos de vista. Así, su función primordial es proponer métodos de aprendizaje y enseñanza que ayuden a profesores y al alumnado a lograr el desarrollo de las competencias lingüísticas establecidas para cada nivel. Para el logro de sus objetivos, el MCER considera imprescindible que toda la comunidad educativa colabore de manera cohesionada y en busca de una meta común. Con este propósito en mente, se han elaborado una serie de descriptores en los que, a modo de rúbrica, se basan los exámenes y evaluaciones de las distintas lenguas que se llevan a cabo. Gracias a ellos se facilita la comparación entre las distintas certificaciones a las que podemos optar, asegurando de este modo el logro de una estandarización y homologación del proceso enseñanza-aprendizaje en todo el territorio europeo, evitando además caer en posibles desigualdades cualitativas o incoherencias entre los resultados alcanzados.



En cuanto a su incorporación y seguimiento dentro del sistema educativo español, creo que cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿qué presencia tiene el MCER en nuestras aulas para ayudarnos a conseguir el nivel del plurilingüismo al que aspira la LOMCE? En mi opinión, la respuesta es muy poca o ninguna. Esto se debe, desde mi punto de vista, a que los descriptores ya mencionados no son utilizados de manera natural y dinámica a lo largo del proceso de enseñanza-aprendizaje durante la educación obligatoria. Es más, la realidad atestigua que la norma es el fracaso en cuanto a la consecución de la mayoría de los objetivos que marcan los descriptores y que, de ser alcanzados los niveles establecidos en el currículo, suelen tratarse más de casos aislados que de la regla general. Otra cuestión que me resulta, cuando menos, desconcertante es que, tratándose la LOMCE de una ley educativa que se propone como objetivo fundamental el lograr que el alumnado finalice la educación obligatoria con un nivel de plurilingüismo óptimo, no se inste a los centros educativos a fomentar la realización de las pruebas de nivel al que se supone que los alumnos han llegado. En mi experiencia,  tan solo ciertos colegios se interesan en informar a su alumnado con respecto a estos exámenes. Así, aun cuando el nivel alcanzado es el esperado dentro de lo que el currículo establece, es el propio discente quien tiene que recabar la información necesaria si desea realizar la prueba, de modo que, en general, esta decisión acaba posponiéndose durante tanto tiempo que muy pocas veces llega a hacerse. Sin embargo, creo que si fuesen motivados por el profesorado la gran mayoría aprovecharían para llevarla a cabo, y esta podría ser una manera de fomentar el continuar con el estudio de idiomas desde un punto de vista práctico, atendiendo a lo que el espíritu del MCER promueve, por no hablar  del indudable valor que este conocimiento tendría  de cara a su futuro.

En definitiva, creo que el MCER es una herramienta válida y de gran alcance que, lamentablemente de momento, se utiliza en el ámbito de la educación obligatoria muy por debajo de las posibilidades que ofrece. Si realmente fuese aprovechada de manera útil, quizás estaríamos un paso más cerca del tan ansiado plurilingüismo que exigimos a nuestros jóvenes.



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